jueves, 17 de septiembre de 2020

Hiperespacial I



Con los días contados 

para la supervivencia

el delirio se aproxima

ya nada soporta el virtuo(sismo) 

deshebrado

de facto y espeluznante. 


El ritmo

no es jazz

pero suena una trompeta 

descolorida y polvorienta

que saluda

a cada transeúnte

postergado. 


Pausa, deshielo, correcciones. 


La carencia

del crédito afectivo

y los rincones para condensar

soluciones ágiles

fallan

como siempre. 


El ritmo 

no es aquel síncope

dolido

abdominal

y fogueado en bosques urbanos. 


La cadencia

es reposar

sin abrigo ante los hechos 

o escudos

contra la agresividad

de uno mismo hacia

uno mismo. 


Cortarse por lo sano

para enfermarse 

de lo ajeno

e implosionar. 


Morirse en la 

fecundidad

de los basureros

y abrazar 

a todos los fantasmas.

lunes, 17 de agosto de 2020

La suma de todos los contra-algo


Pasa una personificación de koala
luctuosa

agitada tras romperle el culo
a Vargas Llosa

mintiéndose en la gesta heroica
de meterse los dedos en la nariz.


Son sueños,
alquimia de la subjetividad psicológica

mitades arraigadas en el soplanucas
bendecido ad hoc

apologizado,
con escasas vueltas pagas en la calesita...

pero tan dado vuelta.


Hay que pasar el invierno
asumiendo que será verano eternamente

epitafiando la vanidad infernal
de los trasplantes resurgentes

Y que no alcanza con ver el desgarramiento
del tejido de tu enemigo.

No.

No basta.


(Ensayo antipóetico concebido en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en algún arrebato metafísico y poco trascendental para la humanidad circa 2004).

miércoles, 29 de julio de 2020

Voices, o la transición perfecta de Hall & Oates hacia los '80


A finales de la década de 1970 muchas de las bandas o solistas formados en la resaca de Woodstock y el ácido lisérgico apostaron a renovarse y amoldar su compostura a los nuevos tiempos. La necesidad de ampliar el espectro de oyentes, evitar la expiración de contratos, atravesar las crisis de mediana edad, o simples búsquedas sonoras llevaron a que diferentes artistas catalogados en un rincón específico de las bateas se animaran a cruzar las vías estilísticas, con mejores o peores resultados.
Algunos fueron conmovidos por la efervescencia subversiva de la entonces joven subcultura punk y sus ramificaciones. Otros se apegaron a la plasticidad y posibilidades atmosféricas otorgadas por los cada vez más asequibles y manejables sintetizadores que parecían únicamente afectados a la élite del rock sinfónico, la Funkadelic o los millonarios productores de música disco.
En la vorágine de esa transición, bastarda y hermosa a la vez, musical y también de paradigmas políticos y socio-económicos, vagaba entre las radios del mundo con algunos hits, el dúo conformado por Daryl Hall & John Oates, dos tipos bastante alejados de la espectacularidad y la estridencia escénica rockera pero que sostuvieron un digno derrotero de giras por Estados Unidos y Europa, cosechando un público fiel y exigente. Con un modesto pasar comercial, a fuerza de singles como She's Gone, Sara Smile o Rich Girl, se erigieron como referentes del soul hecho por blancos, amparados en la sofisticada voz de un rubio que siempre quiso ser negro y las melodías compuestas por un guitarrista de raíces italo-gibraltereñas. Así fue que el combo radicado en New York fue elaborando una trayectoria con ocho discos que tomaron los grooves más cadenciosos y suaves del "Sonido Philadelphia", metiendo algún que otro compás de rock y presumiendo una imagen urbana que podía considerarse de "oficinista-glam". 
La novena criatura de estos muchachos significó el cambio de paradigma que tímidamente habían experimentado con X-Static (1979), una producción irregular dónde no quedaba clara la dirección y rompió una seguidilla de cuatro años consecutivos consiguiendo la certificación de Disco de Oro, privilegio que tuvieron desde su desembarco en RCA con Daryl Hall & John Oates (1975), Bigger Than Both of Us (1976), Beauty on a Back Street (1977) y Along the Red Ledge (1978).
El declive estrepitoso en las ventas obligó a replantear varios aspectos y uno de ellos fue la producción, desistiendo de la mano de David Foster y encarar de esa forma un acto de confianza y demostración de madurez hacia la compañía que empezaba a dudar del rumbo tomado. Y un poco ellos también. 
Debían entrar a la nueva década con la fuerza sonora, fresca y compacta que esta misma exigía. Y así lo hicieron.
Voices se editó el 29 de Julio de 1980, con 11 canciones donde retomaron la construcción de armonías vocales propias del soul clásico, le dieron más agresividad a la percusión sin perder limpieza, las guitarras se volvieron más afiladas y saturadas, apoyados en un colchón de sintetizadores y teclados del que no abusaron acordes al uptempo de la New Wave reflejada en grupos como Talking Heads, The Cars o B-52's por solo nombrar algunos.
Los primeros cuatro tracks (How Does It Feel To Be Back, Big Kids, United State, Hard To Be In Love With You) reúnen todos esos elementos hasta llegar a Kiss On My List, que comienza con la aparición la mítica caja de ritmos Roland CR-78 en conjunto con la batería acústica comanda por Jerry Marotta, eximio sesionista acostumbrado a las nuevas tecnologías merced a su acompañamiento al desenlace en solitario de Peter Gabriel. El piano ligeramente un tono más arriba de la voz, un solo de guitarra proporcionado por G.E. Smith con tintes muy épicos para los estándares del pop de entonces, terminaron por consolidar un clásico y la personalidad de la banda. Lanzada como single ocho meses después, consiguieron volver al número 1 de la listas, algo que no conseguían desde Rich Girl (1977) y convertirla también en una de las primeras canciones en llegar al tope del Hot 100 de Billboard que utilizaba percusión sintetizada.
Continuando con el lado A de este LP, el mismo cerraba con Gotta Lotta Nerve (Perfect Perfect), una especie de mutación genética entre los ejercicios de un coro gospel acapella y Devo.
La cara opuesta tendría más elementos deudores de su formación en el "blue-eyed soul" pero aggiornados al momento, tal como demuestran en el cover de You've Lost That Lovin' Feeling de los Righteous Brothers y la balada climática y desgarradora Everytime You Go Away, popularizada luego en 1985 por Paul Young pero carente de la interpretación dramática de Hall.
La tribal y rayana al post-punk británico Africa (¿una posible inspiración que tomó Kenny Loggins para su intro de Footlose?) Diddy Doo Wop (I Hear the Voices) sostienen la absorción de los sonidos de la nueva era y su conexión indeleble con el universo del R&B.
La gozosa y bailable You Make My Dreams completa la obra que a 40 años de su lanzamiento resume de manera efectiva la transición perfecta que emprendieron hacia el Olimpo del Pop de los '80 y que alcanzarían con los taquilleros Private Eyes (1981), H2O (1982) y Big Bam Boom (1984) para luego ir descendiendo hacia el inexorable desgaste, la escapada hacia proyectos personales y el merecido reposo en los laureles conseguidos.


lunes, 8 de junio de 2020

La gente se quiere cagar a trompadas


Las redes sociales no son el universo de nada. Ni aquí, ni allá, ni en ninguna parte. Es apenas un conglomerado estadísticamente insignificante para cualquier tipo de análisis riguroso. Pero sí, se ha transformado en una vidriera interesante y digna de atención donde se trata de vender conflictividades pasadas, divergencias ya zanjadas o convencer a los incautos pululantes para tomar una posición en otras guerras por venir. 

Parecería ser que el pensamiento que antes teníamos que resolver en el ejercicio intelectual de contrastar libros, apuntes, declaraciones y podía insumir años completar, ahora se tiene que resolver en cuestión de horas en manifiestos de apenas 280 caracteres.

El "Out of Context" no es sólo el título que muchas cuentas de Twitter utilizan para bromear con imágenes sobre algún tópico, justamente, fuera de contexto. Es la premisa del común de la población mundial para volcarse al desenfreno de un revisionismo histórico falaz o de establecer creencias que atentan contra la evolución del intelecto humano.

El aislamiento social, la irritación ante la prologanción de la pandemia, las medidas gubernamentales provocadas por la cuarentenas al estilo antipático de la tríada Fernández - Larreta - Kicillof o directamente suicidas al modo Bolsonaro, exacerbó el "ya fue todo" y la gente lo único que quiere es cagarse a trompadas. Justamente, fuera de contexto.

Las polémicas, la verborragia y las posturas extremistas volcadas en un escenario virtual son la excusa para hacer un "refill" de bronca y desprecio por la otredad. Para que al momento de salir a tomar aire, la mínima chispa encienda el fuego en las calles.

Todos van pregonando su disconformidad con todo, con el mechero de un postulado pos-pos-post-aristotélico-peronista: "la única verdad es mi verdad" o la clásica premisa marxiana (de Groucho): "Estos son mis principios y si no te gustan tengo otros". Caer bien en el target de contactos en Facebook o seguidores en Instagram y de paso irritar al adversario, parece ser la estratagema de supervivencia entre la decadencia moral y económica de las burguesías, el fin de todo sistema de recompensas y la visión fatalista que sólo se puede ser más pobre.

Todos van anhelando el momento del "yo te dije" para realzar egos aniquilados por la la falta de competencia sexual, tener a los hijos en casa 24/7 o haber completado los videos de Paulina Cocina en Youtube. Manifestar neutralidad, equilibrio, paciencia (cada vez más escasa), te condena a la hoguera. 

La gente se quiere a cagar a trompadas porque es la última condición atávica que parece válida ante el triunfo de la incertidumbre. Esa que, como decía Nietszche, debía ser sólo empleada "para una remota utilidad" y ahora es la regidora del sueño de los mortales, dueña de toda y cada una de las acciones que se deban emprender o dejar en el tintero.

Las certezas, mínimas o grandes, ahora son las migas de pan que uno dejó en el camino a desandar y que desaparecieron en la voracidad de algún animal hambriento o simplemente el viento se encargó de volarlas para recordarnos que la humanidad no es el universo de nada. Ni aquí, ni allá, ni en ninguna parte.

sábado, 4 de abril de 2020

La vida está sobrevalorada



Hay silencios en la hora pico, en el momento preciso que millones de personas masticaban y bebían al unísono. Hoy ya no salen a gastar el sobrepreciado cemento metropolitano puteándose y ejecutando una sinfonía de Wagner con sus claxons.

Se miran desde los balcones, se saludan en los pasillos del condominio, en la fila del supermercado, con ojos desconfiados pero amables, aplicando una norma de etiqueta espontánea para no herir susceptibilidades o darse ánimos anónimos.

Hay silencios y no hace falta hablar. Abrir la boca puede constituir la propagación del malentendido y aumentar la carga viral de una crispación latente que negamos con pantomimas de solidaridad.

Callamos, pero escribimos. Nos aventamos a opinar en islas de algoritmos para sobrellevar un confinamiento que cambia de rigidez de acuerdo a la latitud.

Simulamos el haber sido humanos hace quince días y sacamos a relucir nuestras miserias ideológicas o prejuicios. Todo por diversión, casi nada por convicción. Nuevos deportes.

Es que, parafraseando a una canción de Pez, ya ni el fútbol nos enciende el alma y la televisión muestra repeticiones de glorias o fracasos en Copas del Mundo, como si fueran material arqueológico de una civilización perdida hace miles de años.

La pantalla como salvoconducto hacia una distracción necesaria con canales de noticias haciendo equilibrio entre prudencia y shock, donde los guiones de las series que narran el devenir cotidiano quedaron en el off-side pitado por la pandemia.

En el medio, todas las publicidades nos alientan a quedarnos en casa, como nuevo leiv motiv que aglutina al ritmo biológico universal.

La radio habla sola y la virtualidad comunicacional que se expande a través de la fibra óptica nos enseña la angustia palaciega de celebrities junto a la vocación policial de las empobrecidas clases medias.

Callamos, nos ponemos los auriculares y elegimos una playlist en el smartphone. Desempolvamos viejos libros para recuperar algo de calidez espiritual y allí aparece De Vries: “La vida está sobrevalorada, sobre todo en las malas épocas, cuando más que disfrutarla, se convierte en una carga que debemos soportar”.