Con los días contados
para la supervivencia
el delirio se aproxima
ya nada soporta el virtuo(sismo)
deshebrado
de facto y espeluznante.
El ritmo
no es jazz
pero suena una trompeta
descolorida y polvorienta
que saluda
a cada transeúnte
postergado.
Pausa, deshielo, correcciones.
La carencia
del crédito afectivo
y los rincones para condensar
soluciones ágiles
fallan
como siempre.
El ritmo
no es aquel síncope
dolido
abdominal
y fogueado en bosques urbanos.
La cadencia
es reposar
sin abrigo ante los hechos
o escudos
contra la agresividad
de uno mismo hacia
uno mismo.
Cortarse por lo sano
para enfermarse
de lo ajeno
e implosionar.
Morirse en la
fecundidad
de los basureros
y abrazar
a todos los fantasmas.
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